sábado, 25 de diciembre de 2010

Recordando a Rodolfo V. Tálice y su lema "Vejentud, humano tesoro"


Edad del optimismo

En su libro “Vejentud, humano tesoro”, el uruguayo Rodolfo Vicente Tálice proponía la sigla ROSADA para recordar las seis mayores virtudes a ser cultivadas para el buen envejecer:

Régimen ecléctico
Optimismo incambiado
Sobriedad dosificada
Actividad continua
Deseos muchos
Adaptación permanente

Cada virtud o actitud o esfuerzo merece un análisis aparte. Pero el optimismo surge como el más problemático. Por definición, optimismo es una inclinación a un juicio positivo de los acontecimientos. O propensión a ver y juzgar las cosas en su aspecto más favorable. Esto implica ver solo el lado bueno de las cosas. Lo cual es temerario y peligroso.


Algunos filósofos como Spinoza y Pope sostenían la doctrina que cree en la existencia del bien, únicamente, pues el mal no es más que una apariencia. El más radical fue Leibnitz quien afirmaba que el mundo en cada momento, era el mejor de los mundos posibles, y la existencia del mal no era más que un bien preferible a la nada. Fue Voltaire en su obra ‘Cándido’ quien popularizó el término optimismo, ridiculizando las ideas de Leibnitz. Pero no fue el único.


Negar una parte de la realidad no impide que el lado malo esté allí, mal que nos pese. Es típico de los maniqueos, para quienes las cosas son buenas o malas, sin matices. El maniqueísmo es una actitud muy primitiva del ser humano. La palabra maniqueo y maniqueísmo provienen del persa Mani, una especie de dios autoproclamado sucesor de Buda, Zoroastro y Jesucristo, creador de la secta maniquea a la que perteneció nada menos que San Agustín, la que también influyó sobre los cruzados y los cátaros. La psiquiatría tomó de este término la designación de una fase de exaltación y euforia de los maniaco-depresivos.


El optimismo no es equiparable al maniqueísmo. Y el optimismo que nos propone Tálice es una actitud que consiste en no ignorar lo malo de la realidad, sino en enfatizar una visión positiva de la existencia, sin dejarse arredrar ni vencer por las dificultades.

El optimista trata de enfrentar los problemas con fe y esperanza, no con derrotismo o pesimismo, que es el antónimo del optimismo. El optimista cree en el futuro. Confía en que las cosas tienen arreglo, que hablando se entiende la gente o que no se puede desconfiar de todo y de todos. Pero tampoco es un cándido en el sentido de Voltaire, o un iluso o un crédulo. Simplemente, el optimista le da crédito a la gente y a la vida.


Si las cosas no se resuelven en la forma que se esperaba o como se planeaba, se poseen recursos suficientes para restañar las heridas o reparar las pérdidas. O para hacer el duelo por las culpas y enfrentar una nueva instancia, acumulando experiencia y salir adelante, siempre con optimismo. No con la sombría visión de que un fracaso o un gesto de confianza no correspondido deban ser motivo de descreer para siempre, de renunciar a la fe en la gente o en el futuro. Hay gente que pierde amistades de años por una sola decepción pequeña.

Claro que si el optimista exagera, niega la realidad y no acumula experiencia y comete un error tras otro, termina siendo el hazmerreír de todos y una desgracia para sí mismo y su familia. Es lo que le pasa a quienes están enfermos de manía o hipomanía. Con optimismo, el límite de lo real es delgado, pero es bien claro: no se pierde la autocrítica, se escucha a los demás, se percibe la realidad en su totalidad con todos sus matices, sin despreciar ninguno.


Ser optimista no es ser tonto ni negador de una realidad evidente. No es expresión de tozudez o porfía irracional. No es ser un vanidoso omnipotente y despectivo ante el peligro o las dificultades. No significa no tener miedo, sino manejarlo. Y significa que no se puede soslayar la evidencia o los signos inequívocos de que la tarea es imposible.

Optimismo equivale a equilibrio, a efectuar una justa y sana evaluación de los aspectos malos y buenos de la realidad, y si el análisis es favorable sin autoengaños, emprender la tarea con toda confianza y alegría. Con optimismo se llega a la conclusión que ese esfuerzo puede llevar al éxito, sin perder de vista que también existe la posibilidad del fracaso, si el cálculo o los términos de la ecuación variaban o se modificaban.


No debe confundirse el optimismo con el empecinamiento irreflexivo o supersticioso.

La idea frecuentemente fomentada de que basta con desear algo para hacerlo posible, o que lo único válido es ‘manejar buenas ondas’, o tener ‘pensamientos positivos’ frente a todo, están muy extendidas y se expresan de diversas maneras. No puede negarse el efecto positivo que se obtiene de rescatar lo bueno de las desgracias más terribles y de poner “al mal tiempo buena cara”. Pero no basta la actitud.


La persona vieja ha conocido muchos ciclos de vida con sus vaivenes, miserias y momentos jubilosos, con sus éxitos y fracasos, famas y caídas en desgracia, como para moderar el optimismo tanto como el pesimismo.

Ser realista no es ser pesimista. El pesimista ve solo el lado malo de las cosas, y no cree ni confía en nadie ni en nada, para él toda empresa es imposible o muy difícil, ante la menor dificultad se repliegan, se desdoblan, se amargan, se dispersan, se retiran, renuncian a la empresa.


Los optimistas pueden equivocarse, pero son emprendedores y generalmente lideran los grupos humanos que integran, porque insuflan su entusiasmo y su alegría a los demás, neutralizando a los pesimistas, que siempre hay. Pero también son generosos con sus energías y recursos, serviciales sin pereza, constantes en sus esfuerzos, laboriosos y humildes. Por eso su optimismo es contagioso o actúan como una levadura en la sociedad en que viven.

Los pesimistas no creen en el progreso y todo avance de la sociedad, de la ciencia, de las artes, lo ven como una amenaza, un peligro. En cambio, los optimistas creen en el ser humano y sus creaciones, en su riqueza cultural y antropológica, y esperan lo mejor de cada avance que festejan sin reparos, aunque reconozcan que pueden no ser tan auspiciosos como se percibe en el momento del descubrimiento o del avance en sí.

Los optimistas verdaderos son los que señalan los límites de los triunfos. Los que le dicen por lo bajo al triunfador: “acuérdate que eres un mortal” como en los desfiles romanos a los centuriones.


Los pesimistas pinchan los globos de nuestra fantasía, pero también de nuestras realidades más verdaderas. Los optimistas cargan nuestros globos de fantasía con aire caliente por la energía de su propia fe y su propia esperanza. Y los mantienen arriba con entereza y bien prendidos del hilo que los sostienen, no los dejan escapar. Las utopías serían inútiles si no existieran los optimistas que las hacen realidades.


La vida es bella

2 comentarios:

  1. Me ha resultado muy útil y ameno el texto, más que ameno me agrada lo bien logrado que está en su explicación. Me gustaría en lo personal, despertar mañana con un espíritu nuevo, con la esencia misma de lo REAL…siempre estarán enredados en el muro, optimistas y pesimistas, para ser franco detesto a ambos por igual, son vocablos que me causan escozor, claro… detesto mis actitudes relacionadas con tales estados de ánimo, luces y sombras, se enlazan entre sí para trepar el laberinto, me agrada el tema pero me causan rechazo los vocablos optimista y pesimista, quizás sea mi estado de ánimo hoy, pero es producto de mi ayer, y de mi mañana. Creo que ambos contribuyen a deteriorar día a noche la raza humana, el primero contamina con desperdicios bonachones, el segundo no quiere limpiar, lo siento pero se compara a Hippies y Policías, mi visión es esa, si el ser humano puede distinguir, optimistas y pesimistas, es porque estos son secundarios, y hay un término más REAL, el ser humano debe ser REALISTA, y mi opinión nada humilde, es que ambos son perjudiciales al andar cierto y perdurable del ser humano, ambos se disputan lograr lo perfecto, el camino cierto, con tanto y cuanto de esto y aquello para lograr la mezcla óptima de lo correcto, no creo que se logre lo correcto, lo correcto está en sí mismo, indisoluble, pero no es sendero para los citados. Ambas posturas (optimista (simpática, positiva) – pesimista (amargados, negativos) son tentativas tomadas por uno u otros, meramente temporales, sin naturaleza eterna, círculos en el gran círculo, de lo REAL, todo lo demás son juegos de conjeturas de personalidades, ánimos, ideas etc, el tiempo nos destruye, nos almuerza (optimistas-pesimistas) en banales conjeturas, como la que precede y mantuvo mi idea, sí como mi idea misma, buscando qué, la VERDAD, quizás esta en cuanto al tema sea que somos ambas cosas al mismo tiempo, y que según la sabiduría existente antes que el hombre (ya que la física y la química son antes que éste) cuando uno cree que es Optimista esté siendo Pesimista y a la inversa, y como el hombre busca la VERDAD (por eso posee vida y la ignorancia es lo que la mantiene tal cual la conocemos) concluyo que lo que hoy es positivo mañana puede ser trágicamente negativo como ha sucedido a lo largo de esta breve historia humana. Saludos. jorge

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  2. En nombre del comité de redacción del espacio digital "Misterios de nuestro mundo y del universo", mucho te agradecemos Jorge Abeel tu comentario y tus reflexiones. Andrés Flores Colombino, el autor de este artículo, es un conocido sexólogo de origen paraguayo pero radicado en Uruguay desde hace muchísimo tiempo. Y por cierto, dado su buen nivel académico y su larga experiencia, sus enfoques son sin duda de gran interés general.

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