¿TIENE CEREBRO EL CORAZON?
Durante mucho tiempo me he interesado en frases, como las que indico a continuación:
“Me duele el corazón”
“Murió de tristeza”
“Su corazón no soportó la soledad”
Y si bien algunas son de dicho popular, no dejaron de sorprenderme. En algunos casos los médicos antiguamente mencionaban algunos diagnósticos del tipo: ángor inespecífico, o soplo funcional, que muchas veces decían que eran desencadenados por angustias extremas, stress por trabajo, o miedos; también hemos visto y por qué no, también padecido, la normalmente llamada presión sanguínea nerviosa. Y quien no ha sufrido aumento de la frecuencia cardíaca, no sólo en estados de peligro, sino cuando esperaba ansiosamente a una persona que le gustaba. Como soy curiosa y además, muy sentimental, comencé a investigar sobre el tema, sobre la incidencia y sobre algunas alternativas para mantener a nuestro corazón pensando en cosas lindas, ¿y cómo lo hice?
Basándome en simples y comunes preguntas que me llevaron a lo que ustedes leerán.
¿Es que realmente tiene el corazón cerebro?
Muchos pensarán que es descabellado, pero les comento que, SÍ, EL CORAZÓN TIENE CEREBRO. Paso a decirles que no es un cerebro como el que nos enseñaron en la escuela. Entonces ¿cómo es el cerebro del corazón?
El cerebro del corazón
Día a día se realizan interesantes y sorprendentes avances científicos sobre el desarrollo del potencial humano. Hoy se sabe que la inteligencia está distribuida por todo el cuerpo, y que hay maneras diferentes de pensar a las que hemos asumido como convencionales y basadas en el cerebro. El neurólogo Robert K. Cooper, en su libro El otro 90 por ciento, apunta que... ¡El corazón tiene cerebro! Está constituido por más de 40.000 células nerviosas unidas a una compleja red de neurotransmisores. Según Cooper, el cerebro del corazón es tan grande como muchas áreas del cerebro craneal, y su campo electromagnético es el más poderoso del cuerpo. Es, de hecho, unas 5.000 veces mayor que el campo que genera el cerebro, y es medible incluso a tres metros de distancia.
Al parecer, actúa independientemente, aprende, recuerda, y tiene pautas propias de respuesta a la vida. Lo interesante, además, es que dispone de habilidades hasta ahora instruidas, pero todavía no demostradas científicamente. Las corazonadas, las fuertes intuiciones que se revelan como realidades ciertas, se generan en el corazón. Diversos autores que han profundizado en el estudio de este tercer cerebro, sostienen que el ingenio, la iniciativa, y la intuición, nacen de él: este cerebro está más abierto a la vida y busca activamente una comprensión nueva e intuitiva de lo que más le importa a la persona en la vida.
Entonces podemos decir que el corazón tiene memoria, y que ante cualquier acto que nos provoque recuerdos dolorosos, él se resguardara, diciéndole y avisándole al cerebro que mande tal o cual hormona para responder ante el estímulo (taquicardia, palpitaciones, sudoración profusa, opresión de pecho, falta de aire, etc.), o por el contrario si algo lo hace feliz también comienza a descargar catecolaminas (las catecolaminas dilatan las paredes del circuito circulatorio y evitan la resistencia periférica) que beneficiarán a buen funcionamiento y aumento del placer en ese momento. Si todos hacen un poquito de memoria, tendrán presente a Patch Adams en más allá de la ficción, quien demostró la excelente respuesta que tenían los individuos enfermos y los niños a la terapia de la risa; tuve la suerte de ir personalmente a la clínica del Dr. Adams, y realmente es asombroso, ver como enfermos terminales parecen más sanos que uno.
Hasta acá creo que no estoy diciendo nada nuevo, pero sigamos, descubrí además noticias de último momento, cosa que me alegró en mi utópica investigación, ahora bien, debo informarles que no todas las noticias fueron buenas. Y como decía mi papá, empecemos por las malas noticias:
La mala noticia (desde hace tiempo intuida y ahora reforzada con evidencias científicas): los trastornos mentales son factores de riesgo para el corazón. La buena noticia: el proceso es reversible. Es decir, cuando estos trastornos reciben un tratamiento adecuado, la ganancia es doble, y también se beneficia el corazón. "Si bien desde hace mucho se sabe que las emociones están íntimamente vinculadas con el corazón y el aparato cardiovascular en general, en los últimos años algunas investigaciones abrieron una compuerta que está produciendo una verdadera catarata de información", dijo el doctor Marcelo Cetkovich-Bakmas, psiquiatra, adelantando a Clarín las novedades que se presentaran el 13 y 14 de abril en Buenos Aires en un simposio internacional.
Un estudio muy conocido por los cardiólogos, el Interheart, evaluó los factores de riesgo para desarrollar enfermedades cardiovasculares en una población enorme de pacientes en todo el mundo (incluso participó un grupo de la ciudad de Rosario). El estudio analizó la asociación entre factores de riesgo tradicionales (tabaquismo, hipertensión arterial, colesterol elevado, diabetes) y emergentes (trastornos en el metabolismo de la glucosa, obesidad, niveles de homocisteina, psicosociales), con el infarto agudo de miocardio, en diferentes escenarios étnicos y geográficos. Se estudiaron cerca de 14.000 personas con infartos agudos de miocardio y 16.000 sanos en 55 países de Asia, Europa, Países del este, Africa, Australia, Norte y Sudamérica. Los factores psicosociales (depresión, ansiedad, estrés) estuvieron entre los nueve factores de riesgo principales para el desarrollo de infarto.
En los últimos años la información se ha multiplicado, y se están desarrollando estudios sistemáticos para evaluar de qué forma la depresión y la ansiedad influyen en el aparato cardiovascular. Investigaciones demostraron que las personas que están deprimidas en el momento de tener un infarto, tienen un riesgo de desarrollar complicaciones que va en paralelo con la gravedad de la depresión. El "Heart & Soul Study", en un seguimiento de 944 personas con enfermedad coronaria llevado a cabo en California, mostró, entre otros hallazgos, que si las personas con enfermedad coronaria tienen depresión, su calidad de vida es más baja: experimentan más malestar ante los síntomas de la insuficiencia coronaria. Por otro lado, cuando se someten a la ergometría —el estudio en el cual se ve la respuesta del corazón ante el ejercicio—, su rendimiento es menor, independientemente del estado del corazón. Es decir, si la persona está deprimida, rinde menos.
Existen indicadores concretos de que estos vínculos entre la depresión y la enfermedad cardiovascular serían muy íntimos, y posiblemente estén involucrados con factores neuroinmunológicos. Tanto en la enfermedad coronaria como en la depresión, están "activados" una serie de "mediadores" químicos llamados "Interleukinas". Las inteleukinas son verdaderos "embajadores" químicos. Todo indica que son las responsables del diálogo entre el Sistema Nervioso, el Sistema Endócrino, y el Sistema Inmunitario. Hace ya un tiempo que se sabe que las interleukinas están involucradas en la producción de las placas de ateroma que obstruyen las arterias. La novedad es que se ha observado que también están involucradas en el estrés y la depresión y sus efectos sobre el sistema nervioso. Algunos investigadores comienzan a teorizar que la enfermedad coronaria y la depresión son como dos manifestaciones de un mismo proceso.
Probablemente en el futuro se descubrirá, y lo digo desde mi utopía personal, que la inteligencia está en cada átomo del universo, en cada molécula de nuestro cuerpo, en cada partícula por pequeña que sea de este planeta, de la vida en toda su magnificencia, en los animales, en los árboles, en el proceso de crecimiento de las plantas, en el aire que respiramos, en la ciencia, en las relaciones, en todo absolutamente, donde un saber infinito y formidable está esperando a nuestras nuevas sensibilidades y aperturas para disfrutarlo, porque habremos descubierto nuevas y desconocidas herramientas dentro de nosotros, todas ellas relacionadas con "la inteligencia espiritual" hacia donde parece conducir el camino, recordando que tuvimos que abrir nuestra consciencia cuando reorganizamos nuestras emociones, superamos nuestros programas heredados, transformamos nuestros miedos en amor, y reconocimos el gigantesco salto que tuvimos que dar desde la inteligencia emocional. Éste fue su regalo: más empatía, más conciencia emocional de uno mismo, más transparencia, más optimismo, iniciativa, emergiendo nuestra vocación de servicio, la inspiración, la alegría, la confianza y, cómo no, la ternura, dar y recibir ternura. Me gustaría compartir con ustedes, la experiencia en este tema, y dilucidar el misterio de nuestro corazón.
Luego prometo en la segunda parte, mencionar los tratamientos que vi usar y que dieron resultados. Y por supuesto, mencionar también algunos truquitos para que nuestro corazón piense en cosas positivas y favorezcan a su buena función.
A prepararse para gozar de un corazón pleno.
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