miércoles, 21 de julio de 2010

Una luz en el camino: El "Consenso de Barcelona", y un nuevo sistema monetario internacional

Nueva arquitectura e ingeniería para la economía internacional

Lo más dramático de las problemáticas que nos afectan en este inicio del siglo XXI, radica en que las actuales estructuras sociales y productivas se encuentran bastante desgastadas, sin que ninguna alternativa suficientemente vigorosa, elaborada, racional, e innovadora, se presente y se discuta a los más altos niveles de decisión.

Por cierto, no todos debemos dejarnos influenciar por este pesimismo derrotista tan negativo. Si los políticos y los referentes más visibles no están a la altura de los desafíos del presente, los intelectuales, los académicos, los técnicos, los llamados ciudadanos de a pie, no debemos darnos por derrotados sin luchar, no debemos desistir del sueño de que otro mundo mejor es posible y necesario.

La humanidad corre el riesgo de hundirse por su incapacidad de tratar sus problemas vitales, y por cierto no debemos ser indolentes, dejándonos arrastrar por los acontecimientos y por las circunstancias, y aplicando de hecho la política del «laissez faire, laissez passer».

Parafraseando a William Shakespeare y a otros brillantes pensadores de los siglos pasados, podríamos afirmar que: «Lo viejo se resiste a morir, y lo nuevo no consigue nacer; he ahí el verdadero problema. That is the question!»

La historia no es lineal. Se hace por rupturas provocadas por la acumulación de energías, de ideas, de proyectos, de sueños e ideales, que en un determinado momento con fuerza cuajan e introducen una ruptura, un punto de inflexión, y entonces los nuevos enfoques irrumpen con vigor suficiente como para imponerse, y como para establecer nuevos paradigmas. Y entonces otra cultura comienza. Y entonces, quimeras e ilusiones que parecían imposibles comienzan a hacerse realidad.

El sistema que creó los problemas, suele tener demasiadas dificultades e impedimentos como para solucionarlos. Para mejorar, para avanzar, para resultar victoriosos, necesitamos pensar y planificar de una manera diferente, si es que queremos asegurarnos un futuro mejor para nuestro planeta, para nuestra especie, para las generaciones que vendrán, para nosotros mismos.

El proyecto de elaboración del "Consenso de Barcelona" representa una esperanza, constituye una luz en el camino. Obviamente los objetivos allí planteados son bastante ambiciosos, y para resultar victoriosos, necesitaremos el aporte de un grupo suficientemente numeroso y activo de personas bien intencionadas e inspiradas, como para obtener variedad en las ideas y en los puntos de vista manejados, y aplicando una metodología de trabajo suficientemente ágil e inteligente como para que no nos paralice y desgaste.

Un mundo mejor es posible. Una nueva economía internacional es posible. Un nuevo sistema monetario internacional es posible.

No es necesario argumentar aquí a favor de un cambio sustantivo en cuanto a las relaciones internacionales, en cuanto al sistema financiero internacional y al comercio internacional. Esta cuestión ya ha sido presentada y tratada en muchos foros gubernamentales y en muchas reuniones técnicas, e incluso declarada o esbozada como necesaria tanto por economistas de renombre como por altos representantes en los propios foros del G-8 y del G-20, así como también por cierto, defendida esta postura por muchas instituciones de perfil social.

El problema al cual se enfrenta hoy día la comunidad internacional, no es convencerse de la necesidad de un cambio sustantivo en la señalada materia, sino es esbozar proyectos para la nueva arquitectura financiera internacional y las nuevas formas operativas, ponerse de acuerdo sobre las nuevas bases, y además implementar un plan realista y gradual de paso del viejo sistema al nuevo sistema.

Es claro, al menos desde nuestra visión, que una modificación sustantiva de las relaciones comerciales, del sistema bancario-financiero, y del manejo monetario, son imposibles de implementar en plazos breves, si es que los cambios introducidos efectivamente implican un brusco giro de timón, o sea, un enfoque sustancialmente distinto del que actualmente es aplicado. Por otra parte, es muy probable que sea absolutamente imposible obtener aprobación casi unánime en relación a los cambios necesarios, por parte de la propia comunidad internacional.

La gradualidad del plan de reformas por tanto deberá ser doble o incluso triple.

Por un lado, se deberá admitir que por mucho tiempo las naciones del mundo quedarán divididas al menos en dos grupos, las que se regirán con el nuevo sistema financiero multinacional, y las que aún continuarán con la aplicación del régimen actualmente vigente. Así que se deberá tener bien prevista una adecuada articulación entre ambos sistemas, entre ambos enfoques, entre ambos grupos de naciones.

Por otro lado, la nueva concepción financiero-comercial obligatoriamente deberá comportar cambios sustantivos al interior de la economía de cada una de las naciones participantes, y no solamente en el ámbito de las relaciones de intercambio entre dichas naciones con el resto del mundo. Y en este aspecto también deberá tolerarse una nueva gradualidad, ya que los distintos miembros del nuevo sistema seguramente avanzarán en forma diferencial y a distintas velocidades, en lo que concierne a las reformas y reestructuras recomendadas o sugeridas a los niveles nacionales. Aquí por tanto se pone de relieve un segundo nivel de gradualidad: “El nuevo sistema financiero multinacional amparará a naciones con realidades nacionales distintas, puesto que los miembros participantes seguramente avanzarán en forma diferente en lo que se refiere a las reformas estructurales recomendadas por la nueva política”.

Pero por otra parte, las naciones que aprueben sumarse al nuevo sistema financiero multinacional, tienen actualmente un determinado sistema bancario, así como una determinada estructura fiscal y un determinado régimen de previsión social, y usan una determinada moneda, y tienen un determinado sistema judicial, etcétera, y las reformas en las que en lo personal estamos pensando precisamente tocan todos estos ámbitos. Aquí por tanto se pone de relieve un nuevo nivel de gradualidad, pues por mucho tiempo y a nivel nacional, deberán convivir la nueva especie monetaria digital e informativa, con la moneda o las monedas que se usaban al iniciarse el proceso de reformas. Y claramente otro tanto podría decirse del sistema fiscal, ya que la introducción de una fiscalidad automática en cálculo y recaudación en la que en lo personal estamos pensando, debería introducirse poco a poco y por sectores, teniendo entonces que convivir por mucho tiempo con la fiscalidad de tipo tradicional, basada en agentes de retención, declaraciones juradas, y participación activa de los propios contribuyentes. Y claramente otro tanto también podría decirse del sistema bancario, ya que la banca automática y con muy poco personal a cargo en la que estamos pensando, tampoco podría implementarse de la noche a la mañana. Y claramente otro tanto también podría decirse de las relaciones comerciales, ya que los contratos digitales y el cumplimiento muy automatizado de las cláusulas contractuales de los que en lo personal somos partidarios, tampoco podrá implementarse en plazos excesivamente breves. Y en fin, el sistema judicial también deberá cambiar para ir poniéndose a tono con las nuevas reformas, y apoyándose por cierto en una nueva legislación que llevará su tiempo discutir y aprobar; mayor agilidad en los juicios podrá lograrse con diferentes normas concernientes por ejemplo a la formalización de pruebas, y esto está enrabado con los cambios introducidos en el sistema monetario y financiero, y con los avances que se hayan logrado en cuanto a los contratos digitales, etcétera.

Gestión de las actuales sociedades complejas

¿Cómo gestionar las actuales sociedades complejas, con diferentes niveles de desarrollo, con diferentes tamaños de población y de territorio, con diferentes regímenes de gobierno, y con integrantes que defienden intereses y visiones, en cierta medida, encontrados y contradictorios? ¿Cómo lograr cierto equilibrio y justicia en las relaciones de intercambio, al interior de una comunidad, al interior de una nación, y también en el ámbito internacional? ¿Qué debe entenderse por justicia social?

En las sociedades tribales y muy primitivas, por cierto se tenían estrategias de supervivencia muy simples y relativamente poco diversificadas, y además en cada uno de esos centros vivían pocos integrantes, por lo que en ese contexto no era difícil que todos conocieran a todos. Allí entonces la racionalidad y la solidaridad no eran tan difíciles de gestar, sobre todo que en este ambiente la competencia en lo fundamental se establecía entre un grupo humano y la naturaleza, y no tanto entre varios grupos humanos enfrentados o entre varios individuos enfrentados.

Pero hoy día la población humana mundial ha crecido enormemente, y han surgido muy numerosos asentamientos urbanos, algunos aún pequeños, otros de mediano porte, y también urbes de varios millones de personas. ¿Cómo regular las relaciones sociales de producción y de consumo y de solidaridad en este escenario tan complejo, y donde lo frecuente es que el relacionamiento entre las personas sea mayoritariamente superficial y esporádico?

Para poder liberarse de muchas de las restricciones de las sociedades primitivas, y para permitir que la población humana creciera, nuestra especie se dotó de un instrumento para facilitar las especializaciones, los intercambios, y el comercio de largas distancias; por cierto nos estamos refiriendo al dinero.

Y ese nuevo instrumento social al principio no funcionó del todo mal, pues permitió superar el trueque bilateral inmediato, pasando y dando agilidad al intercambio multilateral y en alguna medida atemporal, y en alguna medida con transacciones diferidas en el tiempo.

Pero atención, por más que al dinero se le pretendió dar categoría divina, y por más que a las propiedades características de ciertos metales se supuso que rozaban con la perfección y que ello justificaba su valor en forma intrínseca, no hay que perder de vista que el dinero es un invento social, y por tanto su naturaleza y su estructura operativa no dejan de ser fruto de un convenio social, de un contrato social.

Ahora bien: ¿La operativa monetaria y la propia naturaleza del dinero, acaso han permanecido casi invariables, o han cambiado en el decurso de la historia?

Por cierto que en materia monetaria y financiera los cambios han sido muy importantes con el paso del tiempo, pero en este sentido las modificaciones generalmente se fueron imponiendo en forma gradual, por pequeños pasos, y en muchas situaciones introduciendo parches y/o complejizando la operatoria, por lo que y de esta forma, el gran público generalmente ha tenido y tiene dificultades para entender la macroeconomía a nivel global, a nivel mundial, y por lo que aún a los políticos y a los economistas les es muy difícil salirse de los usuales paradigmas económicos de base. Ello justifica la tendencia generalizada frente a una crisis financiera, monetaria, crediticia, o de demanda, de tratar de introducir parches y cambios menores, aunque ellos sean más o menos artificiales y rebuscados, con la finalidad de que todo pueda continuar más o menos de la misma forma que antes.

La insistencia del sistema financiero internacional en querer basarse primero en el oro y la plata, y luego exclusivamente en el oro, poniendo énfasis en ello aún cuando con notoriedad se observaban muy persistentes desvíos e inconvenientes, muestra con claridad hasta qué punto nuestra sociedad es conservadora en cuestiones monetarias.

Y el conservadurismo en asuntos dinerarios y financieros también se ha puesto recientemente de manifiesto en las últimas reuniones del G-8 y del G-20, en donde la timidez de las propuestas y de las resoluciones está a la orden del día.

A nivel internacional por un lado parece aceptarse la idea de que es imprescindible continuar apoyando los llamados “Objetivos de desarrollo del milenio” fijados en el año 2000, aunque la gran crisis que estalló a partir del año 2008 pareciera que tiene prioridad, y que por tanto se justifican ajustes y dilaciones, y entonces, y entonces la atención y los esfuerzos se concentran en estos últimos. Nuevamente unos pocos árboles impiden ver el bosque en toda su extensión y complejidad. Nuevamente los rezagados de siempre continuarán siendo los rezagados de siempre.

Recordemos muy brevemente algunos de los tan manipulados y tan vapuleados “Objetivos de desarrollo del milenio”: (a) Erradicar la pobreza extrema y el hambre; (b) Garantizar el sustento del medio ambiente; (c) Fomentar una asociación mundial para el desarrollo.

En nuestra opinión personal se está errando el camino en el intento de resolución de estas cuestiones, pues lo que se exige o se pretende exigir es compromiso y financiación y solidaridad, dejando intocadas las reglas del juego económico entre las personas y entre las naciones.

Intentemos razonar en términos del pensamiento lateral de Edward de Bono.

Supongamos que varios jugadores participan en un juego de azar asimétrico, y en el cual la asimetría favorece, pongamos por caso, a tres jugadores. Y supongamos que la asimetría es lo suficientemente compleja como para esconder que se trata de un juego muy desequilibrado en cuanto a oportunidades.

En casos como el indicado, lo que debe hacerse para introducir elementos de justicia y de equilibrio y de equidad, por cierto es cambiar las reglas de juego de tal manera de corregir las asimetrías en forma definitiva.

De poco sirve que los jugadores perjudicados, que los jugadores de segunda, en determinado momento pidan y se les otorgue una condonación generalizada de deudas, o pidan y que se les otorgue alguna ventaja operativa que no alcance a equilibrar los perjuicios que les generan las injustas y asimétricas reglas generales del juego. Este tipo de cosas, este tipo de parches o de componendas, puede ayudar a salir momentáneamente de situaciones angustiosas o desesperadas, pero en el largo plazo no representan una verdadera solución.

En efecto, si en lo esencial las reglas operativas y desequilibradas del juego continúan siendo más o menos las mismas, es simple cuestión de tiempo para que de nuevo se produzcan situaciones comprometidas para los recién llamados jugadores de segunda. No hay otra. Fruto de algunas concesiones temporales, y/o fruto del azar, puede que a algunos jugadores de segunda en determinado momento no les vaya tan mal, pero en el largo plazo y frente a la ley de los grandes números, la única salvación posible será cambiar el juego o irse del juego.

Y en definitiva, algo parecido es lo que está pasando con las naciones del mundo y con el juego económico-financiero entre ellas.

Pongamos por caso el tema de la protección del medio ambiente, aspecto que con toda certeza es una cuestión de todos. Centremos por un momento nuestra atención en la sustentabilidad de las actividades humanas en el planeta. Para resolver determinados notorios y nefastos desvíos, ciertamente no basta con acordar auntoregulaciones recíprocas y de buena voluntad, pues algunas naciones acatarán y otras tal vez no lo quieran hacer o no lo puedan hacer.

Es el dinero el que mueve al mundo, porque en esa herramienta se basa toda la producción y la distribución de bienes, de servicios, y de derechos, y por tanto las agresiones al medio ambiente deben tener como contrapartida una acorde compensación y/o reparación por el daño causado. Pero claro, en la presente estructura sociofinanciera en la que los agentes se mueven con cierta impunidad y en forma discreta, es muy difícil identificar plenamente a los infractores y evaluar los desvíos o daños cometidos, y aún superada esta etapa, generalmente es también difícil hacer efectiva la pena impuesta, pues continuamos usando dinero anónimo y no informativo de transacciones. Con toda certeza debemos cambiar nuestras bases operativas, introduciendo monedas nominativas, escriturales, digitales, y que además permitan el cómodo seguimiento de largas cadenas de transferencias; en este nuevo escenario, los recursos naturales y medioambientales muy posiblemente podrían ser mejor gestionados y preservados y defendidos, a la vez de también obtener mejoras en cuanto al tratamiento de otras cuestiones.

Pongamos atención ahora al desequilibrio de recursos entre las naciones del mundo, que en buena medida es la causa de la pobreza extrema y del hambre.

Naturalmente, esta cuestión de la pobreza y de la desnutrición es multicausal, y por tanto de análisis sumamente complejo. Con toda certeza, la corrupción instalada en ciertos países periféricos así como la ineficiencia en distintos niveles de gobierno, puede estar incidiendo en la formación de bolsones de pobreza y de indigencia, pero obviamente también incide en este asunto la injusta ingeniería financiera que es de aplicación a nivel internacional.

Fuera de toda duda, el dinero es un invento social, es una herramienta social, y por tanto la ingeniería monetaria no tiene rasgos y características impuestos de antemano y en forma objetiva, que sea necesario respetar sí o sí.

Pongamos por caso la teoría del interés compensatorio. Pensando en los agentes económicos como personas físicas y jurídicas (con una vida notoriamente limitada), puede que el interés compensatorio en ese ámbito tenga su amplia justificación, pero en lo personal opinamos que no la tiene en el espacio de las naciones. Pero claro, si en el ámbito internacional se usan las mismas especies monetarias que en los distintos ámbitos nacionales, no hay forma de aplicar una verdadera ingeniería monetaria diferencial en ambas esferas de acción.

¿Qué es lo que debe hacerse? ¿Qué es lo que proponemos hacer?

En primer lugar, hay que reconocer cabalmente que la economía internacional que rige las relaciones de intercambio entre entidades internacionales, es intrínsecamente diferente de las economías nacionales, en cada una de las cuales básicamente actúa un Estado, y un conjunto numeroso de agentes económicos (personas físicas y jurídicas). Entonces, si reconocemos esta diferencia cualitativa, podremos imaginar un juego económico diferente en uno y otro nivel, con reglas diferentes, y por cierto con unidades monetarias también necesariamente diferentes.

Concentremos nuestra atención en la economía internacional. Allí los jugadores, allí los agentes económicos, básicamente son las naciones y también los organismos internacionales. En el comercio internacional, los países exportan porque les conviene, porque así obtienen créditos con los cuales obtener bienes y servicios y derechos que necesitan o que de una u otra forma les son útiles. Y entonces, al exportar los países parecería que están lo suficientemente recompensados cuando en esta situación se les paga un justo precio por sus exportaciones. Y si una nación exporta en demasía respecto a las restantes, ello será de por sí un premio apetecible que no requiere ser premiado además con un plus adicional por encima del precio justo. En la situación actual sin embargo, y simplificando, este desequilibrio a favor de un país que obtiene muchos créditos, en algún momento comienza a proporcionarle intereses por los créditos generados y no usados, y esto es verdaderamente una injusticia, pues esos intereses y en los grandes números deben pagarlos las naciones que tienen una estructura productiva más debilitada.

A nivel de las denuncias sociales, y viendo las terribles situaciones que se producen aquí y allá en ciertos países periféricos, se dan gritos de alarma, se afirma que las deudas externas son impagables e injustas, se promueven marchas ciudadanas y diversas acciones de protesta, y se pide una moratoria o una condonación generalizada de deudas. Bien por el diagnóstico, pero mal por la solución propuesta, por la solución a implementar.

Mal o bien, mejor o peor, todas nuestras relaciones de intercambio se contabilizan en dinero, y el conjunto de los agentes económicos actúan y toman decisiones sobre bases dinerarias. Crear un desequilibrio enorme en forma puntual por alteración momentánea del status quo, puede traer trastornos y problemas también enormes a nivel mundial, y por cierto ya se sabe que las situaciones confusas y penosas finalmente terminan beneficiando a especuladores y a personas sin escrúpulos, y perjudicando a quienes realmente son creadores de riqueza. Y por otra parte, anteriormente ya fueron dados argumentos, señalando que la verdadera solución para los actuales países deudores, posiblemente principia por suprimir los intereses de deuda, no como algo coyuntural y momentáneo sino como algo permanente.

Entonces, lo más indicado en una primera instancia, parecería ser antes que nada, ponerse de acuerdo sobre las nuevas reglas del juego económico a nivel internacional. Digamos no al sistema que impone predominantemente un flujo de premios (un flujo de intereses) de los países periféricos a los países centrales, de los países deudores a los países acreedores, pues ello es una carga demasiado grande que se les impone precisamente a los países más débiles, y un premio demasiado importante y apetecible que se concede a los países más ricos.

Lo ideal sería que el comercio internacional fuera matemáticamente equilibrado, o que se ubicara en una situación próxima a ello. Muy bien, pero entonces un país con una deuda excesiva, dentro de este nuevo sistema, debería pagar un interés o impuesto por su deuda, pues no es una situación deseada y por tanto debería ser penalizado. Sí, es cierto, y esto es precisamente lo que en lo personal proponemos, pero ese interés o ese impuesto no debería ir, como ahora, a beneficiar a los países ricos (a los países acreedores), sino que debería integrarse a un fondo internacional cuyo destino final por cierto debería ser muy estudiado, aunque por ejemplo dirigido predominantemente a preservar al medio ambiente, y a apoyar a los sectores sociales más débiles y desfavorecidos, y a también para apoyar la construcción aquí y allá de infraestructuras básicas, etcétera, etcétera.

Y respecto de los países acreedores, y especialmente de los grandes acreedores, por cierto por una parte se les debería agradecer, pues al menos en teoría y supuestamente han entregado a la comunidad internacional más de lo que han recibido de ella; pero por cierto, esa situación, al menos si se extiende en el tiempo, tampoco debería ser una situación deseada y premiada, pues entre otras cosas tal vez genere pleno empleo o bajo desempleo en lo interno, e induzca desempleo en otros países o en otras regiones. Así que lo que en definitiva contiene nuestra propuesta, a efectos de privilegiar una situación equilibrada en las relaciones de intercambio entre países, es penalizar con una tasa a todos los desequilibrios, sean deudores o acreedores, y dirigir estos recursos a la formación de un fondo cuyo destino debería ser la resolución de problemas de interés común (por ejemplo y como ya se indicó, defensa del medio ambiente, apoyos al multiculturalismo y a la educación, apoyos varios a los grupos sociales que más lo requieran, etcétera), así como también al fortalecimiento de los grupos humanos en situación más precaria y debilitada, y también a la construcción de infraestructuras de interés general, y también a la conducción de investigaciones de interés mundial, etcétera.

La propuesta que muy resumidamente se acaba de esbozar, en realidad no es de una excesiva originalidad, pues algo similar fue propuesto nada menos que por Lord John Maynard Keynes, en la conocida reunión de Bretton Woods (1-22 julio 1944).

Ahora bien, se pregunta: ¿Algo similar a lo indicado, será fácil de que se apruebe hoy día a nivel internacional?

En lo personal pensamos que no, pues los países ricos, y especialmente los países cuyas respectivas monedas son actualmente divisas de reserva a nivel internacional, seguramente se opondrán a un nuevo ordenamiento internacional como el antes indicado, pues la situación actual mucho les beneficia.

Cierto, el cambio de sistema propuesto oportunamente en Bretton Woods fue muy rápidamente adoptado e implementado por muchas naciones, y pronto se generalizó, pero en ese momento era evidente que algo se tenía que aprobar, pues el anterior sistema no funcionaba. Por otra parte, en esa oportunidad EEUU logró imponer sus criterios y desequilibrar las reglas a su favor, y para facilitar las adhesiones a la nueva arquitectura financiera mundial, como premio dio un dulce bien apetecible: “El Plan Marshall”, y otras ayudas de similares objetivos y efectos que se implementaron en forma más discreta a partir de 1945.

La situación hoy día sin embargo es muy diferente. Actualmente tenemos una arquitectura financiera internacional que es muy injusta y desequilibrada, pero que funciona. Y las situaciones muy penosas y desesperadas que se vayan generando, siempre pueden ser objeto de un análisis particular y de una ayuda especial, para así actuar como parche para que todo continúe funcionando más o menos en los mismos andariveles de siempre.

Teniendo en cuenta lo antedicho, y aprobando algunas de las ideas nuevas antes expresadas: ¿Qué podrían hacer las naciones periféricas para ir imponiendo en forma gradual una nueva estructura financiera internacional? ¿Y en particular, qué propuesta por ejemplo podría sugerirse como viable, al establecerse y aprobarse el “Consenso de Barcelona” en enero del año 2011?

Bueno, en forma tal vez un tanto desordenada y sintética, ya hemos expuesto nuestra línea de pensamiento a este respecto.

Proponemos que un grupo inicial de países adhiera a la nueva arquitectura e ingeniería, y comience a experimentar con ella, avanzando en las correspondientes reformas.

¿Hay un número establecido mínimo de países o de cifras de negocios como para poder iniciarse en este nuevo rumbo?

Entendemos que no, entendemos que esta experiencia podría iniciarse incluso con sólo cuatro o cinco países, pero claro, posiblemente convenga que en la partida ya se haya formado una masa crítica de cierta entidad, para que así los efectos que se obtengan sean más notorios.

¿Cómo se articularían las relaciones monetarias entre los dos grupos de países así formados?

Pues muy simple. Las naciones que hayan decidido iniciar la experiencia, se continuarán manejando con su moneda nacional a nivel interno, pero al nivel supranacional se manejarán con una nueva moneda, que para fijar las ideas por ejemplo llamaremos bancor-digital. Esa nueva moneda obviamente será virtual, nominativa, y explicativa de transacciones, tal como oportunamente lo recomendó el especialista catalán Agustí Chalaux de Subirà. La tenencia de la nueva moneda solamente estará autorizada a las autoridades monetarias de cada uno de los países miembros, y como para importaciones y exportaciones, así como para transferencias de capitales para inversiones, para ayudas familiares, y para lo que sea, únicamente estarán autorizadas esas operatorias pasando por el bancor-digital, los Estados poco a poco tendrán el monopolio de las operaciones de cambio.

¿Cómo podrán ser manejadas las operaciones de comercio exterior que se establezcan entre un país del nuevo grupo y un país del resto del mundo?

Pues también muy simple. Los bancores-digitales podrán ser convertidos a monedas de reserva y viceversa, en una puerta de vaivén establecida en el nuevo grupo, que actuaría como un país extra que llamaríamos “Resto del mundo”. A partir de esa puerta, se entraría en la economía internacional regulada de la forma actual, y donde las monedas de base serían o podrían ser, entre otras, el dólar estadounidense, el euro, el yen, etcétera.

¿Cómo se podría manejar la situación eventual que por ejemplo, el bloque de países del euro se pasara de uno a otro lado?

Bueno, los problemas no serían insuperables, más allá de las complejidades propias de una economía que abarca varias naciones y un nivel de actividad muy respetable.

¿De donde se obtendrían los dólares estadounidenses y las otras divisas de reserva, que se solicitarían aportando un determinado número de bancores-digitales?

Pues inicialmente de los propios países miembros del nuevo grupo, que aportarían sus divisas y eventualmente sus reservas de oro, recibiendo bancores-digitales a cambio, y que también aportarían sus obligaciones de deuda, por cierto en ese caso descontándoseles bancores-digitales a cambio. Y luego, el flujo comercial iría agregando o quitando reserva de divisas al grupo, según las circunstancias. Obsérvese que en definitiva todo se pasaría como si el Grupo-bancor es considerado en la nueva situación como un país único, con la actividad comercial suma de los países participantes, y con las reservas suma de los países participantes, y con la deuda suma de los países participantes. Por lógica, una economía de mayor tamaño representada por el Grupo en su totalidad, muy posiblemente y desde el punto de vista financiero, tiene más chance de manejarse mejor en su relacionamiento con el resto del mundo, así que aquí podría haber una ganancia del nuevo sistema.

Pero en definitiva, las ventajas del nuevo grupo hasta aquí esbozadas no parecen de una importancia capital, y muy posiblemente no lo sean.

¿Habría otros beneficios que se generarían en la nueva asociación?

¡Bueno, por cierto pensamos que sí!

Por un lado, a medida que las distintas monedas nacionales se vayan acercando a la situación de ser totalmente digitales, se afianzaría el monopolio estatal de las operaciones de cambio, y ello por cierto generaría ingresos muy importantes al Estado concernido, que hoy día se reparte en el sector privado de las operaciones cambiarias y de comercio exterior.

Por otro lado, a medida que en los distintos países con la nueva economía se avance en las reformas del sistema bancario, también aquí las ganancias a veces suculentas de este sector así como sus enormes gastos operativos, dejarían de fluir hacia los banqueros y hacia los empleados bancarios, para quedar en beneficio de los respectivos Estados.

¿Habría otros recursos en el ámbito de la nueva economía, que también quedarán en beneficio de los Estados o de los agentes económicos?

Por supuesto que sí.

Por un lado, la fiscalidad automática y la recaudación automática que se vaya logrando en los distintos ámbitos nacionales, en relación al sistema impositivo y en relación a la seguridad social, beneficiará a los Estados en disminución de costes operativos, en ordenamiento del sector, y en disminución de morosidad y evasión. Pero de hecho, este asunto beneficiará también a los agentes económicos, al disminuirle gastos contables y de contralor, y al darles reglas de competencia más equilibradas y justas, precisamente por la disminución de la evasión fiscal y previsional.

También la contratación digital dará lo suyo, aportando una operativa comercial-administrativa más simplificada y ágil, en beneficio de los agentes económicos.

En lo personal, visualizamos, opinamos, que la nueva economía aportará enormes ventajas a los participantes, lo que tarde o temprano inclinará la balanza a su favor, respecto de aquellas regiones que continúen manejándose con los viejos criterios operativos y monetarios.

¿Los recursos financieros extraordinarios que se vayan generando en el ámbito de la nueva economía, tal y como fue detallado, podrán aplicarse desde los primeros tiempos a intentar atenuar las graves falencias sociales de nuestra sociedad actual?

Por cierto que no. Inicialmente, la gran batalla estará en demostrar que la nueva economía digital es mucho mejor que la presente economía dineraria basada en monedas anónimas, y para ello será necesario hacer el máximo esfuerzo, especialmente si los países actualmente ricos quedan del otro lado de la puerta de vaivén, manejándose con una economía operativa-dineraria de tipo tradicional. Cuando todos los países o la mayoría de los países se hayan pasado a la nueva sociedad telemática, recién ahí las graves situaciones sociales y medioambientales podrán ser encaradas con seriedad y posibilidades de éxito.

Obviamente, el esquema antes esbozado es muy resumido, y muchos detalles restan por definir. En lo personal, tenemos respuestas bastante adecuadas para algunos de los aspectos no tratados, pero no para todos. Pero bueno, de aprobarse la operativa general, grupos de especialistas podrán trabajar en esas cuestiones que aún quedan por establecer, y seguramente podrán arribar a soluciones satisfactorias.

Ahora bien, en la anterior presentación poco o nada se dijo sobre aspectos ya tratados en los grupos de trabajo del “Consenso de Barcelona”, por ejemplo en lo que atañe al decrecimiento, en lo que atañe a la Tasa Tobin, etcétera. ¿Es que la presente propuesta deja especialmente afuera estos otros lineamientos, por ser contraria y/o incompatible con ellos?

Por cierto que no. Lo aquí delineado pretende ser una base, sobre la que se refinen otras cuestiones como la del decrecimiento, y como la de la Tasa Tobin.

Partamos de esta plataforma, y construyamos sobre ella lo que se pueda y convenga, según sean las circunstancias que se vayan presentando.

Cuanto más complejas se vuelven las sociedades, y más complejas son las redes de interdependencia dentro y fuera de los límites de las comunidades y las naciones, generalmente prosperamos en lo local cuando también se prospera en lo general.

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