sábado, 8 de mayo de 2010

Una pareja muy despareja pero muy bien avenida: La Tierra y la Luna


En opinión de muchos científicos, sin la Luna, la vida en la Tierra tendría otro aspecto bien diferente.

Incluso existen expertos que van más allá, y sostienen que sin la Luna no habría vida en nuestro planeta.

Y si nuestro globo tuviera varias lunas, como el caso de los planetas gigantes gaseosos, Júpiter, Saturno, Urano, y Neptuno, en tal caso, nuestro hermoso planeta azul sería un árido desierto, arenoso y pedregoso, o sea, un ambiente poco propicio para la vida.

Durante mucho tiempo se aceptó que la Tierra y la Luna, se habían formado conjuntamente, a partir de los materiales de la nebulosa original que dió origen al Sistema Solar.

Últimamente sin embargo, han surgido teorías más elaboradas y hasta podría decirse más interesantes sobre esta temática.

En ciertos círculos científicos también se acepta la idea de que la Luna no ha sido siempre una acompañante de la Tierra, sino que luego de formada ésta, un cuerpo cósmico de grandes dimensiones bien podría haber llegado desde el espacio, chocado con nuestro planeta, y finalmente, por efecto de la fuerza de gravedad terrestre, bien hubiera podido quedar atrapado en órbita geocéntrica.

Si esto realmente ocurrió, indudablemente debió influir en forma sustantiva sobre nuestro planeta. Allí acababan de formarse los primitivos océanos, tal vez por el aporte de agua de impactos de cometas.

Un satélite que girara periódicamente por encima de aquellos remotos mares, por cierto generaría por su propia fuerza de gravedad muy poderosas mareas, que tal vez han podido llegar a alcanzar varios kilómetros de altura.

Estas mareas bien podrían haber liberado la energía necesaria, para que se pusieran en marcha en las aguas, las primeras reacciones químicas que así generaron, tal vez, el fenómeno vital.

Hace unos 420 millones de años, dato confirmado por los investigadores norteamericanos Peter Kahn y Stephen M Pompea, la distancia a que se ubicaba el cuerpo lunar era de apenas 200.000 kilómetros (actualmente la distancia media es de 384.000 kilómetros).

Se ha podido descubrir, por las líneas de crecimiento del caparazón del nautilus, pariente del calamar, que en aquellos tiempos, el satélite lunar tardaba sólo nueve días en completar una vuelta alrededor de la Tierra.

Acercándonos en el tiempo y ya a fines del Cretáceo, la época de extinción de los dinosaurios, la distancia a la Luna era un 85 % de la actual.

Y también ahora, los días se van haciendo, de siglo en siglo, una milésima y media de segundo más largos, debido a que por cierto la Tierra y la Luna no coexisten sin ausencia de fricciones.

Los científicos ahora intentan averiguar la distancia Tierra-Luna cuando nuestro mundo se consolidó como astro, es decir hace unos 4.500 millones de años.

Por el momento sólo hay aproximaciones en el sentido indicado. Sin embargo, se sabe que el período de rotación terrestre en aquellas épocas remotas, era de tan sólo dos horas y media (período referido a la medición actual del tiempo).

Si pensamos que las mareas, todavía hoy, como las que ocurren en la Bahía de Fundy, en Canadá, o en el Estrecho de Magallanes, levantan el agua hasta 20 metros, se pueden ustedes imaginar, queridos lectores, los efectos provocados por una Luna que girara alrededor de la Tierra a tan sólo unos 100.000 kilómetros de distancia.


Y lo señalado no solamente ocasionaría violentísimas mareas, sino también formidables erupciones volcánicas.

En aquellos remotos tiempos, probablemente ambos cuerpos cósmicos darían vueltas uno alrededor del otro, humeantes y chisporroteantes, como si se tratara de dos inmensas bolas de fuego, así dando lugar a un espectáculo verdaderamente impresionante y sobrecogedor.

Ligado a todo esto, recordamos una fascinante visión científica del siglo XIX, cuando el francés Emil Belot elaboró una teoría sobre el origen del Sistema Planetario, teoría interesante por cierto, dado que sostenía que dicho sistema se habría formado como consecuencia de un encuentro entre una nebulosa y un "tubo turbillón" (otra nebulosa de mayor densidad, pero arremolinada).

El encuentro entre ambas formaciones cósmicas, la nebulosa y el tubo torbellino, obviamente hubiera ocacionado una serie de remolinos y vórtices, donde se acumularían materia y residuos. La mayor parte de éstos obviamente se acumularía en la zona central, formando un Sol primitivo. Y el resto, distribuida en el plano de la Eclíptica, hubiera podido engendrar los planetas y los cuerpos menores.


Pero lo más interesante de la señalada y original hipótesis, de amplia aceptación en la decimonónica centuria, es lo que plantea para el sistema Tierra-Luna.

Tal como está planteada, la teoría de Bélot lleva a la inequívoca conclusión, que tendrían que haberse formado cuatro lunas, tres de las cuales ya habrían caído sobre la Tierra aumentando así el tamaño de dicho astro.


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