Para bien o para mal, las llamadas monedas sociales son una realidad histórica que no se puede desconocer. Y si en un momento de caos económico-social, algo de este tipo no se llega a implementar de una manera más o menos formal y organizada, el propio mercado se encarga a veces de usar en su sustitución una moneda-mercancía, como ocurrió por ejemplo por un tiempo en el siglo XX, en el entorno del fin de la guerra, cuando como especie de intercambio se usaron los cigarrillos, y como ocurrió también en otras oportunidades con otras monedas-mercancía.
En el presente artículo enfocaremos este asunto desde diversos puntos de vista, pero en esta sección centremos nuestra atención en una cuestión específica y de tipo práctico: ¿Qué características debe tener un proyecto de moneda social, para que el mismo no fracase y se desbarate en muy poco tiempo?
Bueno, por lógica esta cuestión es controvertida, y no existe opinión unánime al respecto. Por otra parte, los proyectos de monedas sociales o paralelas, tanto los que han tenido cierto éxito como los que han sido un rotundo fracaso, han surgido aquí y allá en la geografía y en el tiempo, en contextos económicos y sociales muy dispares, por lo que de plano resulta ser muy difícil sacar conclusiones generales.