La época victoriana, período violento y confuso, y también de pobreza y marginación, esbozada en dos escritos de ficción
El médico forense Thomas Bond (1841-1901) fue un cirujano inglés que incursionó con éxito en variadas áreas científicas, pero que, más allá de sus innegables méritos, esencialmente deviene recordado por su participación en el caso del llamado asesino serial Jack el Destripador (operante desde el 31 de agosto hasta el 9 de noviembre de 1888).
Bond trabajó en ese asunto criminal a petición de las autoridades de Scotland Yard. A esta fuerza presentó, el 10 de noviembre de 1888, un informe pericial en donde diagramó un minucioso perfil psicológico de aquel homicida secuencial.
Su precursor reporte es considerado en la actualidad como un brillante antecedente de la labor de criminólogos expertos en perfilación de asesinos en serie, iniciada en la década setenta del siglo XX, y entre quienes vale destacar a Roy Hazelwool, John Douglas y Robert Ressler (peritos del programa Violent Criminal Apprehension Program –VICAP– de lucha contra el crimen violento y sexual, unidad del FBI).
Aunque menos difundido, el galeno también cumplió un valioso rol en otro caso delictivo de aquella época, cual fue el del llamado “Descuartizador del Támesis” o “Asesino del Torso de Támesis”, un terrible victimario serial cuyo alias se debe al modus operandi del cual se valía, consistente en ultimar féminas cuyos despedazados cadáveres luego esparcía por las riberas de aquel río.
La inicial de ellas fue escrita por la novelista británica Sarah Pinborough, y llevó por título “El segundo asesino” en su edición en lengua española (Editorial Colmena, Barcelona, 2013).
En esta ficción, Thomas Bond asume decididamente el papel protagónico. Aunque el relato es coral, y otras voces narrando en primera persona también aportan su punto de vista al lector, es la voz del propio médico la que constituye el hilo conductor de la obra desde el comienzo hasta su desenlace.
En esta novela, el cirujano es presa de su (presunta) adicción al opio, y en sus insomnes recorridas por los bajos fondos, se tropieza con dos personajes que lo ponen rumbo a desenmascarar al rufián que mutila mujeres y que arroja sus trozos en el río.
Uno de ellos es Aaron Kosminski, un lunático que gozó de existencia histórica, y de quien algunos estudiosos del caso de Jack el Destripador creyeron (sin auténticas pruebas) que pudo haber sido el mismísimo Asesino de Whitechapel.
El otro asistente en los afanes detectivescos del doctor es ficticio, y está encarnado por un anónimo sacerdote cuya obsesión radica en perseguir a un espíritu perverso usurpador de cuerpos humanos, que mata para saciar su sed de sangre, al cual se identifica como El Upir.
Será esa entidad malvada la responsable de los homicidios del Descuartizador del Támesis; y el doctor Thomas Bond, junto a sus dos colaboradores ocasionales, se enfrentará a ella en un dramático e increíble final.
De cuanto venimos mencionando, queda patente que la obra de Sarah Pinborough se inscribe dentro del realismo fantástico, en una narración plena de fantasía donde abundan las escenas de suspenso y terror.
Esta faceta no quita, empero, que se trata de una lectura por demás entretenida y de ritmo absorbente. No cabe dudar que la escritora británica posee oficio y talento, a la par que demuestra haber estudiado a cabal conciencia el contexto histórico, político y social, de la Inglaterra victoriana en el cual se desarrolla la trama de “El segundo asesino”.
La otra novela que aborda los crímenes setiales de Jack the Ripper y del Descuartizador del Támesis, y en donde también interviene el doctor Thomas Bond, es la obra titulada “El animal más peligroso” (Montevideo, Uruguay, 2016) del escritor e investigador uruguayo Gabriel Pombo.
El prestigioso médico no resulta aquí el protagonista, sino que asume el rol de un personaje secundario, el cual, sin embargo, reviste importancia clave para la dilucidación de la obra.
A diferencia de la novelista inglesa, Gabriel Pombo acomete los misterios de esas dos series de asesinatos victorianos irresueltos desde un plano realista, donde la ficción parece casi una excusa para amenizar el caudal de información objetiva que el escritor proporciona al lector a lo largo de su libro.
Así pues, el célebre informe que Thomas Bond ofreció a Scotland Yard es motivo de análisis entre el galeno y su amigo (que en esta novela es el sagaz detective Arthur Legrand).
Y es también el doctor Bond quien, en un encuentro en la morgue en mayo de 1887 mientras examina el descompuesto cadáver de una víctima del Asesino del Torso de Támesis, le hará saber al investigador privado que ese homicidio resulta obra del mismo criminal que entre 1873 y 1874 asesinó mujeres y arrojó sus mutilados restos al río Támesis.
Sin la vital ayuda de Thomas Bond, el detective protagonista de “El animal más peligroso” y su equipo parapolicial estarían a oscuras y fracasarían en sus pesquisas. Sólo gracias al médico podrán advertir que los asesinatos de Whitechapel de 1888 y los homicidios del Descuartizador del Támesis están íntimamente conectados.
Otra diferencia con “El segundo asesino”, es que aquí el relato se realiza en tercera persona mediante la voz de un cronista omnisciente. Este narrador omnipresente consigue captarnos, valiéndose de una prosa ágil y sugerente que hace que el suspense se palpe en toda la historia, mientras se nos va haciendo notorio que algo cada vez peor va a ocurrir.
El animal más peligroso transita entre varios géneros literarios, adoptando características de todos ellos: el de la novela de misterio, el de las narraciones de terror, y el del relato de aventuras detectivescas.
Sin embargo, a pesar de que el núcleo de la trama parecería algo complicado y confuso, el escritor sale airoso de esta mezcla de géneros. Así da cima a una obra sólida en la que cada palabra está pensada para arribar a un desenlace que el lector difícilmente podría prever, y en donde todas las piezas finalmente encastran.
Como reflexión última, cabría resaltar que, más allá de sus peculiaridades propias y de sus claras disimilitudes, las novelas victorianas: “El segundo asesino” de Sarah Pinborough, con su predominio de fantasía, y “El animal más peligroso” de Gabriel Pombo, con su prevalecía de la crónica histórica por sobre la parte de ficción, tienen ambas algo en común: Las dos dejan muy en alto a la figura de este gran cirujano británico.
Los dos homicidas en serie que motivaron las novelas aquí comentadas quedaron impunes, pero si alguien pudo haber puesto a la policía en buen camino para su identificación y captura, no cabe vacilar que ese alguien fue el ilustre médico forense Thomas Bond.
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